La inflación ha sido catalogada
como una “enfermedad” del sistema económico, cuya producción se imputa a la
intervención del Estado, que al distorsionarlo con una u otra de sus medidas
intervencionistas, rompe el santo equilibrio del mercado.
Y con esa afirmación, totalmente
errónea pero no inocentemente equívoca, oculta la verdadera causal de la
inflación, que lejos de ser una enfermedad del sistema, es un arma de defensa,
un real "cuchillo trapero" mediante el cual “los propietarios
de los medios de producción y de cambio” se defienden contra esa intervención.
Es su arma más poderosa, la que
les permite zafarse de las pretensiones de todos aquellos que pretenden
meterles las manos en sus bolsillos, más allá de que ese sector de
propietarios, y por lo tanto dominadores de todos los procesos sociales, están
dispuestos a dejarse extraer.
“Hasta aquí sí, más allá no” es
su real y permanente conducta.
Certifiquemos esta afirmación con
una clara referencia histórica: Durante todo el siglo XIX y comienzos del XX
los precios en la Europa Occidental aumentaron sólo un 5 %. Por ello ningún
analista defensor de la economía clásica la tuvo en cuenta en la formulación de
sus teorías y fórmulas, considerando los precios como una constante.
Cuando la economía clásica, en
razón de los movimientos sociales, debe ceder y aceptar que las riquezas
producidas, distribuidas solamente sobre la base de la propiedad, tienen que
coparticipar parte de las mismas a favor del resto, sobre todo con motivo de
las medidas de los respectivos gobiernos, elaboran esa arma, ese "cuchillo
trapero", la inflación, para ponerle límites a esa cesión y aún más,
llegar a anularla por completo.
Por eso, buscar causales de la
inflación en diversas motivaciones es una simple hojarasca distractiva, una
engañifa total.
La causa de la inflación es una
sola: el mantenimiento en los regímenes de “economía mixta”, como podemos
denominar a los que actualmente funcionan en casi todos los países, con mínimas
excepciones, de la existencia del factor de poder real contra el cual ningún
gobierno puede pelear con éxito si se propone cambiar, como se dice
habitualmente, la distribución de la riqueza.
Claro que esta tajante afirmación
no niega las posibilidades de la implementación de medidas correctoras que, en
algún tiempo, generalmente reducido, puedan ser aplicadas.
Por ejemplo, el primer gobierno
peronista con sus medidas distributivas permitió que el 50 % y más de la
riqueza nacional se distribuyeran a favor de los sectores del trabajo.
De ahí, ningún otro gobierno tuvo
planes concretos al respecto, y durante el gobierno menemista, si los hubo, fue
para invertir el reparto en contra del sector del trabajo.
¿Y ahora qué? El gobierno actual
se ha propuesto una política similar a la del primer gobierno de Perón, hace
crecer la riqueza nacional para que todos ganen más, poderosos y trabajadores.
Pero los sectores propietarios
endurecen sus posiciones y no quieren saber nada de repartir. Por eso todo lo
que denominamos “la derecha” se une para anularlo. Por eso el mercado
argentino, que está dominado por grupos de productores y vendedores
oligopólicos y monopólicos, hacen caso omiso de los controles de precio, y los
aumentan tanto cuando la demanda disminuye como cuando aumenta, con lo cual
imposibilitan el crecimiento y sólo tratan de conservar e incrementar su tasa
de ganancia.
Porque han decidido sacar el
"cuchillo trapero" que les concede la propiedad de los medios de
producción, del campo y de la industria, con la colaboración de los bancos,
para repeler cualquier intento de distribución de la riqueza, mediante esa
herramienta que les otorga la denominada INFLACIÓN.