PRÓLOGO DEL RECOPILADOR
Un día llega Rubén a la oficina
donde yo ejercía mi actividad de asesoría legislativa. El lugar es bastante intrincado,
con dos escaleras muy empinadas, y él no podía subir la segunda, por un
terrible dolor de piernas que padecía. Charlando en el descanso inicial de esa
escalera, me dice en un momento: “prefiero que me corten las piernas, si eso me
permite moverme sin dolor para hacer todo lo que quiero hacer en este momento
extraordinario del País”.
Eso define con claridad el espíritu
inigualable de Rubén (como le gustaba que lo llamara, nada de “Doctor” o “don
Rubén”). Cuando se hacía una reunión, era el primero en llegar y el que más
participaba. A veces hablaba tanto, con tanta pasión, que nadie se animaba a
interrumpirlo. Y las reuniones se estiraban tanto como el estuviera dispuesto a
estar.
Esa es la palabra que lo definió,
a mí entender: pasión. Por cada cosa que hacía, por cada acción que proponía,
por cada discusión que se generara.
Lo conocí demasiado tarde. No
pude gozar de su compañerismo más que cuatro años. Claro que sabía sobre su
trayectoria antes de que se convirtiera en nuestro compañero de lucha. Sus
peleas por el boleto del transporte público de Rosario desde hacía años, lo
habían convertido en referente permanente de los medios, siempre diciendo con
franqueza lo que otros ocultaban.
Luego de tantos años de lucha,
había encontrado por fin, me decía siempre, una época donde se estaban
realizando los cambios que él siempre había soñado. No era un adherente
acrítico al Kirchnerismo. Siempre lo analizaba todo profundamente, exponía sus
divergencias, pero nunca dejaba de sostener que antes que cualquier otra cosa,
había que apoyar a rajatabla el proyecto iniciado en el 2003, y elaborar más y
más mejoras a lo ya realizado.
Un día me empezó a enviar notas,
sabedor que yo gestionaba un blog. -“Hay que difundir cada vez más, porque si
no estos hijos de puta nos van a hacer mierda” – me decía con su habitual
lenguaje y pasión. Y así empezamos esta sucesión de crónicas de una realidad
que a él lo atrapaba, sin dudas. Hubo semanas que llegó a escribir hasta dos
notas por día. Y siempre con una claridad conceptual y un lenguaje tan llano,
que nadie podía no comprenderlo. Ese era su objetivo: hacer popular el
conocimiento, abrir la “academia” universitaria a todos y todas, empoderar al
Pueblo de las herramientas que le permitieran entender y defender sus
conquistas y luchar por lo aún no logrado.
Siento un profundo orgullo por
haber contado con su confianza, y considero una obligación dar a conocer lo que
Rubén pensaba sobre cada tema que lo apasionaba, como mínima colaboración a la
lucha que jamás abandonó, y que de alguna manera sigue dando desde nuestras
propias conciencias.
Arq. Roberto O. Marra