A
lo largo de mi vida he podido comprobar que algunas conductas y actitudes de
los seres humanos son tan iguales y repetibles que, a pesar de que desde el
punto de vista racional sería imposible, pueden ser predichas con tanta
seguridad que nos impulsa a construir una teoría, llamando a esas actitudes
como verdaderas leyes. Lo mismo que a los fenómenos de la naturaleza que por
reiterarse permanentemente sin cambios, iguales a través de los tiempos
infinitos, se los denomina leyes.
¿Por qué me han venido a cuento las reflexiones que expondré a
continuación? Casualmente por lo que vengo mencionando en el párrafo anterior.
A partir de un hecho vengo observando que todos los protagonistas que los
han producido actúan de la misma manera. Seguramente es una exageración el
llamarlas ley, pero qué ganas vienen de llamarlas como si fueran tales.
Me estoy refiriendo a las
conductas a la que responden personajes de la política activa, en algunos casos
ex-funcionarios de altísimo nivel y otros no tanto, pero sí de elevada
exposición, al pasar de acompañantes solícitos y colaboradores y, además,
boquigrandes en programas de la TV y otros, a ser opositores tenaces y elocuentes
de lo que ayer aplaudieron brindando su apoyo intenso y sin mengua, y hoy
pasaron a ser críticos más severos.
Sorprenden, por lo demás,
que al pasar de una posición a otra no adviertan que quedan expuestos a
que, a pesar de que los citan y exponen sus rostros ante las cámaras, no los
respetan sino que los burlan usándolos para sus propios fines. Son simples
marionetas que se prestan al servicio ajeno, que son los representantes de todo
aquello que los justificó en sus anteriores conductas de severos críticos,
denunciantes y adversarios tenaces que vinieron sosteniendo hasta que el
“hecho” ocurrió.
Y como es fácil suponer que
en estos cambios siempre sabe jugar un papel importante el dinerillo oculto, en
estos casos afirmamos que no, que los cambios de actitudes son solo generados
por una especie de desquite, de la auto importancia de considerarse poseedores
de “secretos” de inconductas ajenas, de privilegios otorgados sin legalidad,
ser especiales como informantes como solo ellos pueden serlo ya que estuvieron
por un tiempo en la “cocina” de lo que denuncian, guardándose para sí que ellos
no fueron los favorecidos porque se opusieron y por ello se sintieron dejados
de lado.
En conclusión, ese conjunto
de reacciones que los llevan a ser denunciantes privilegiados, opuestos a todas
las inconductas y errores de los otros, los llenan de orgullo y de placer
cuando los indagan los pícaros para tirarles la lengua, no advirtiendo que solo
son muñecos utilizables cuya importancia será solo transitoria y efímera, ya que
los alcahuetes no son útiles nada más que para esa función, para luego ser
enviados al pozo ignoto de los despreciables.
Estos comentarios nos han
surgido y urgido de ser comentados como consecuencia de un programa de TV
denominado “Palabras más, palabras menos”, durante la cual los
periodistas que la dirigen, cumpliendo eficientemente esas funciones,
indagaron a uno de los personajes que puede ser tomado como una figura clase de
todo lo expresado.
Nos referimos a el
Secretario General del Sindicato de Empleados Judiciales, que hasta ayer nomás
en su calidad de diputado acompaño todas las medidas, leyes y posiciones
puestas en vigencia por el Gobierno Nacional, se expresó como uno de sus más
importantes críticos, construyendo un plan económico propio, pero además,
cometió, exagerando a la máxima potencia, una crítica coincidente con todos
aquellos que acusan de que en el país no existe libertad de expresión, lo que
justificó analizando la no puesta en marcha del total potencial de la ley
de medios, que él apoyó, pero que no se cumple.
“Papita pal loro”, dijeron
los periodistas, que se abalanzaron como bichos sedientos sobre el declarante
para extraer de semejante y falsa afirmación todo el potencial que la misma les
concedía.
Lo primero que pensé al decidirme
a escribir esta nota fue cual era el título que debía ponerle y se me ocurrió
ponerle ¡AY, CARMELA! ¡AY, CARMELA! ¡AY, PIUMATO! ¡AY, PIUMATO!, pero luego
reflexioné que quizás daba lugar a una humorada que le quitaría nivel e
importancia y preferí el que le puse.
Claro, que por otra parte,
referirme solamente a Piumato hubiera sido una total injusticia ya que
existe un número creciente de personajes que pueden ser señalados como ejemplo:
Moyano, el actual Secretario General de la CGT, Alberto Fernández, el ex-jefe
de Gabinete, periodistas a granel, con el agregado de que en sus cambios de
posición podemos pensar que en estos casos todo se debe
relacionar con dinero, pero como es un hecho conocido y reconocido, nos
quedamos con los ejemplos elegidos que consideramos suficientes para que una
vez observados y analizados con detalle, nos autorizan a denominar como
“leyes del comportamiento humano” las que los mencionados y tantos otros
obedecen a reglas de conductas que merecen recibir la calificación de tal.
Por eso creemos correcto el
título elegido porque estas conductas pueden compararse sin riesgos de
equívocos a los ex-amantes que son los únicos capaces de pasar del amor al odio
tan fácilmente como los señalados.
Sábado,
31 de marzo de 2012