Casi todas las “leyes” formuladas por los pensadores de la economía
clásica fueron el producto de la equivocada metodología utilizada para su
formulación.
Así, podemos citar la formulada por Adam Smith cuando afirma que la
“simpatía” entre los seres humanos disminuiría la agresividad de los
participantes en el mercado.
Luego, Ricardo, en lo relativo al nivel de los salarios, suponiendo
excesos o defectos de la oferta laboral, dado que, según sucediera, los obreros
“produjeran” más o menos hijos.
Una tercera, que Keynes se encargó de anular, la de Say, cuando
afirmara que toda oferta produce su propia demanda, de lo cual deducía que el
equilibrio de pleno empleo era el estado básico de la economía, en tanto los
desequilibrios resultaban solo transitorios y corregibles por el simple
accionar del mercado.
Finalmente, el comportamiento racional de los seres humanos,
afirmación que los psicólogos y neurólogos se han encargado de rectificar, por
lo cual se han otorgado recientes premios Nobel de Economía.
¿Por qué las formulaciones de las llamadas “leyes” consecuentes con
estas afirmaciones fueron el producto del uso de metodologías de investigación
totalmente incorrectas?
Porque tratándose de ciencia económica ligada íntimamente a las
ciencias del hombre, se utilizó la metodología de la deducción, correspondiente
a la lógica y la matemática y no la inducción seguida por la experimentación.
Pitágoras dedujo su famosa formulación de que “el cuadrado de la
hipotenusa es igual a la suma del cuadrado de los catetos”, sin necesidad de
ninguna experimentación posterior para confirmarla.
Otros podrían, mediante deducciones diferentes, sostener o no el
teorema de pitagórico, pero no aportar comportamientos distintos surgidos de
alguna experimentación.
La conclusión es que las formulaciones de los autores de la economía
clásica no son leyes sino DOGMAS o verdades supuestamente reveladas siguiendo
la tradición impuesta por la iglesia católica durante los siglos precedentes
que luego fueron cayendo uno a uno, pasando previamente por la inquisición que
mató a miles de supuestos herejes que no lo aceptaban.
La economía clásica también los mata, no en las hogueras, pero sí de
hambre y de miserias absolutas, provocadas por el falso dogma del MERCADO
PERFECTO E INTOCABLE.
Demos razón ahora a los motivos de esta introducción para referirnos
al tema específico de los monopolios:
¿Por qué en el área de la formulación de precios, el análisis
marginal, el punto de equilibrio, el costo y el ingreso marginal, temas
desarrollados por múltiples analistas surgidos del área de la economía y
especialistas de costos, también se expresan conclusiones que no se compadecen
con la realidad?
Comencemos a analizarlas:
a) En
general, las empresas se clasifican en tres grupos: grandes, medianas y
pequeñas, aplicándose para esta división, variables lábiles, en muchos casos no
generalmente reales, sobre todo desde el punto de vista de la formulación de
los precios.
b) Teniendo
en cuenta el último objetivo señalado, el de los precios, las empresas se deben
clasificar en dos grupos, a saber: 1) Empresas fijadoras de precios; 2)
Empresas formadoras de precios.
Las primeras son aquellas empresas que
tiene por “nicho”, o el total dominio del mercado –monopólicas- o un “nicho”
parcial pero significativo de esa totalidad –oligopolios- .
Para fijar los precios las empresas
enfrentan dos variables: a) el mercado; b) los costos. Las del grupo a) solo
tienen en cuenta la variable mercado, ignoran pata la toma de sus decisiones la
incidencia de los costos. Las del grupo b) inversamente, al ser para ellas los
precios del mercado valores fijados sobre los cuales no pueden influir, como si
fuera un mercado de competencia perfecta, deben tener en cuenta la otra
variable, la de los costos.
¿Cómo actúan las fijadoras de precios,
admitiendo una distinción entre monopolios y oligopolios, dado la diferencia en
el dominio del mercado, el que genera, como lo titulan los economistas, “a
competencia oligopólica”?: los monopolios deciden per se, los oligopolios en
muchos casos mediante acuerdos sobre los nichos que les corresponden, que
eliminan la problemática de la competitividad por diferencias de precios.
Reducida la incertidumbre del número de
unidades a vender la resolución de los precios, se realiza mediante la
estimación de estos que les asegure un ingreso total mediante el cual se cubran
la totalidad de los costos, quedando un remanente que, relacionado con el
capital invertido, les ofrezca un % de recuperación sobre el mismo “aceptable”
para el grupo accionario.
Los costos, repetimos, no son tenidos en
cuenta salvo en su totalidad, en tanto los unitarios son solo una preocupación
al único efecto de los análisis de productividad de la mano de obra, fijación
de premios, etc.
No debemos omitir que estas empresas
suman, a sus costos reales, el denominado “costo de oportunidad”, fijado según
porcentajes arbitrarios aplicados sobre la inversión de capital.
Pero, debemos destacar, además, que
según las características referidas a las conductas empresariales cuando actúan
en “mercados estrechos” como el de Argentina, fijan las utilidades por unidad
de producto, dejando de lado toda relación con el volumen.
De ello resulta que ese comportamiento
detectado por psicólogos hace muchos años, determine la siguiente consecuencia:
cuando sube la demanda aumentan los precios,
cuando bajan la demanda, también.
Esto da lugar a la figura denominada
Stagflación, singular figura que los clásicos no analizaron, quedando reducidos
a las conocidas de inflación y deflación.
Un ejemplo clarísimo de esta conducta la
ofrece el siguiente análisis: luego de la devaluación y a medida que el mercado
interno y el externo fueron creciendo, las empresas nacionales pasaron del
30/40 % del uso de sus capacidades productivas a % cercanos y aún superiores al
100 %, sin que por ello en todo este período y aún con la baja en la cotización
del dólar, se hubiera detectado una baja o detención temporaria en el
incremento de los precios internos.
Los precios son indiferentes a su
relación con el volumen, inflexibles a la baja, y solo son rectificados hacia
arriba cuando el volumen inicial para calcularlos tiende a bajar por reducción
de la demanda.
Es decir, la única variable que siempre
respetan es la que se refiere al % de rendimiento del capital invertido.
Como hemos dicho más arriba, las
empresas tomadoras de precios, con un mercado con precios sobre los cuales no
pueden influir. De las dos variables, mercado y costos, deben ocuparse de sus
costos, tema del cual nos ocuparemos en otra oportunidad.
Pasemos a otros temas:
¿Es correcta la afirmación de que el
análisis marginal y las herramientas de su utilización, el llamado punto de
equilibrio, la ley de productividad decreciente, el costo y el ingreso
marginal, habilitan conclusiones de valores absolutos e indiscutibles?
Veamos más de cerca estos problemas:
Todas son fórmulas condicionadas por un
conjunto de limitaciones que solo cumpliéndose, las hacen válidas.
Por ejemplo: el análisis marginal exige
que se tengan en cuenta solo los insumos variables. No los fijos, ni los
semi-fijos. Además, sin distinguir en estos dos grupos los fijos de estructura
de los fijos operacionales, de diferente incidencia en el nivel de actividad.
Por otra parte, ignorando que el único
factor variable es el del material directo y ningún otro. Esto reduce el
análisis a un solo factor de los costos, lo que aleja este análisis totalmente
de la realidad y, sobre todo, de su valor proyectable.
Como el punto de equilibrio se basa en
el análisis marginal, sus conclusiones resultan, a la vez, limitadas e
insuficientes.
Por otra parte, el análisis marginal ha
perdido su importancia desde el momento en que las estructuras de los costos
han cambiado significativamente, dando lugar a que los factores indirectos
sumen porcentajes superiores al 50 % y aún más, y la mano de obra ha perdido
total gravitación.
Conscientes de que la afirmación efectuada
por la “ley” de la productividad decreciente no es válida para la toma de
decisiones, las empresas que detectan el dominio del mercado consideran que los
costos marginales son constantes, y de este convencimiento derivan las
conductas señaladas en lo referente a las incidencias de los cambios en los
volúmenes.
Conclusiones: en tanto sigan existiendo
empresas que decidan los precios del mercado, no habrá soluciones. Los
monopolios y oligopolios no deben (¿o deberían?) existir.
De ahí la indispensable intervención del
Estado para evitarlos, ilegalizándolos.