Igualdad
y Libertad son dos conceptos para muchos considerados como opuestos e
inconciliables. En tanto para otros, los menos dominantes en la esfera
social, no solo no son antitéticos sino conciliables en la medida en que
se establezca un orden de prioridades. Es decir, que si bien son conciliables,
uno de los dos, en este caso la Igualdad, debe primar sobre la de libertad.
Todo ello partiendo de una afirmación básica y por tanto fundamental de
la siguiente conclusión: en un mundo desigual no puede existir la libertad.
Analicemos ahora el funcionamiento real del sistema “democrático”
dentro del cual se desarrollan la mayoría de las sociedades humanas en el mundo
actual, por lo menos en todas las que conforman el mundo occidental, ligado,
además, a una doctrina religiosa dominante desde hace más de dos mil años.
Alguna vez habrá que
analizar en profundidad si es esta última concepción de lo religioso la que ha
influido en que el resto del planeta los sistemas democráticos no existan o,
por lo menos, no funcionen con las características con las cuales se definen en
occidente.
Quedémonos en el grupo de
países en los cuales, reiteramos, tiene vigencia el sistema democrático para
determinar, aplicado al mismo, que aspecto de los dos conceptos mencionados al
comienzo tiene prioridad y al mismo tiempo, si es posible asegurar que la
prioridad de uno de ellos, igualdad o libertad, libertad e igualdad, garanticen
la vigencia del otro.
Es decir, sintéticamente,
sostener que sin igualdad no hay libertad, o, inversamente, si no hay libertad
no existe la igualdad.
El sistema democrático se
analiza desde dos puntos de vista, la del liberalismo político y la del
liberalismo económico, pudiendo afirmarse sin margen de error que en tanto el
primero ha avanzado y avanza permanentemente en sentido progresivo y
progresista, el otro, el económico, sigue aferrado al conjunto de ideas y de
aplicaciones prácticas con las cuales nació, se desarrolla e intenta
desarrollarse sobre las mismas bases que le dieron nacimiento otorgándole a su
vez, crecientes poderes sectoriales cada días más concentrados.
Es decir, que en tanto el
liberalismo político ha avanzado y crecido, el liberalismo económico se ha
estancado y hasta podemos afirmar que ha retrocedido, o más correctamente sigue
creciendo.
Basado en los principios
del liberalismo político se sustentan contenidos tales como que todos los
hombres son iguales ante la ley, consagrando el derecho a la elección de sus
representantes, a la libre opinión de pensar, defender y apoyar diferentes
ideas y creencias sin límites de ninguna naturaleza, y en nuestro país en
particular esa igualdad para todos y de todos ha alcanzado en estos
últimos tiempos temas considerados tabúes hasta hace poco, como el matrimonio
gay y más recientemente el derecho a la identidad, lo que certifica el
avance incesante de este liberalismo.
Claro que como lo decimos
más arriba, no es lo mismo cuando observamos el desarrollo del otro
liberalismo, el económico, que basado en los conceptos de la economía de
mercado sostiene una igualdad imposible de lograr, dado que sus principios
basados en dogmas, como la libre competencia, la supuesta simpatía que evita o
reduce los enfrentamientos de compradores y vendedores, así como la ley del
salario de supervivencia, como la afirmación de que toda oferta genera su
propia demanda, y otras más, todas sostenidas impropiamente como “leyes” que
todos sabemos aplicando una metodología impropia de las actividades
humanas y solo pueden ser aplicables como verdades dogmáticas falsas e
incorrectas.
Así, mientras que el
liberalismo político, a pesar de todos los tropiezos aplicados contra sus
principios básicos, en nuestro país y en América latina y en resto del mundo
mediante las más terribles dictaduras militares, sigue avanzando, ampliando las
bases de las libertades otorgadas a todos los habitantes; el liberalismo
económico sostiene la libertad para el mercado mediante el cual acentúa las
desigualdades ya que mediante esa “libertad” va generando cada más
desigualdades que, como consecuencia de sus resultados, atentan también contra
la proclamada libertad y hasta la anulan.
Por lo tanto, debe tenerse
en cuenta estas diferencias abismales entre ambos liberalismos, el político y
el económico para decidir correctamente con respecto a cuales de sus
consecuencias debe primar sobre la otra; cuál de ellas como resultado directo
de sus reclamos de libertad absoluta del mercado, anula todas las posibilidades
de la otra, o sea la igualdad.
Y si bien por necesidades
de un correcto análisis hemos revisado las consecuencias de ambos liberalismos,
afirmando ahora que la vida humana no es divisible y actúa permanente en su
doble condición de ciudadano y de persona, el político le asegura la libertad,
el económico al establecer las condiciones de la desigualdad, la proclama y
exige para sí pero no para el resto.
Las conclusiones para
nosotros son obvias: para alcanzar la libertad es indispensable,
previamente, crear todas las condiciones para el desarrollo de una sociedad de
iguales que al serlo, y solo así, podrán gozar también de la libertad.
Es el programa que viene
desarrollando el gobierno actual mediante el proyecto de inclusión que
conducirá, si lo cumplen y lo dejan los poderosos, hacia una sociedad de
iguales en la cual todos podrán vivir en libertad.
Finalicemos con una
aseveración, quienes viven sin techo, sin trabajo, sin atención de su salud y
sin educación nunca podrán ser iguales a los que todo lo tienen y, por lo
tanto, su libertad será mínima o nada.
Miércoles,
9 de noviembre de 2011